Súper lentes
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¡Adriana ya estaba cansada! Desde chiquita ocurría siempre lo mismo. Cuando salía con su hermana, Carolina, las comparaciones eran inevitables:
— ¿Son gemelas? ¡Qué lástima que no sean idénticas!
—Apuesto a que querías tener los ojos de Carolina, ¿no es verdad, Adriana?
Carolina era la copia fiel de su mamá, la señora Helena: cabello lacio, negro, que contrastaba con los ojos verdes claritos; mientras que Adriana era una “mezcla” de generaciones: tenía la herencia de los rulos rubios de su abuelo y los ojos castaños oscuros de su papá.
Cuando se miraba en el espejo, a la muchachita no le gustaba lo que veía. En la escuela comenzó a fijarse con más atención en sus amigas: Larisa, tenía una nariz que parecía perfecta; Sofía, tenía unas pequitas hermosas en sus mejillas; Fernanda, la mejor amiga de todo el mundo en la clase; Any, la más divertida de la escuela; Ileana, la más atlética… Mientras solo conseguía pensar en sus propios defectos: “Mi nariz es muy grande…, mi piel está sin color…, soy súper tímida… y tengo mucha pereza para hacer las cosas…”
Ella ni siquiera quería jugar con sus amigas, ni salir con su hermana, de tan mal que se sentía. ¡Todo el mundo era mejor que ella! La señora Helena, obviamente notó que algo no estaba bien. Cuando fue a conversar con Adriana, la encontró en su dormitorio llorando casi sin hacer ruido. No necesitó ni terminar de entrar ni preguntar nada, su hija ya comenzó a contarle todo lo que sentía:
— ¿Por qué no puedo ser bonita y simpática como las otras chicas, mamá?
— Porque nadie es bonito ni simpático de la misma manera, mi querida.
— ¡Es exactamente eso! —dijo Carolina, mientras entraba en el dormitorio. ¿Sabes lo que las personas no saben, cuando nos comparan a nosotras dos? Ellas no tienen idea que mis ojos claros no soportan la luz del sol fuerte; que tus rulos pueden quedar lisos cuando quieras, pero que es muy difícil que un ganchito quede prendido en mi cabello ¡tan lacio! Ellas tampoco pueden ver lo más importante, que es el lado de adentro. Cuando me toca a mí lavar la loza, siempre te ofreces para ayudarme. A mí me gustaría mucho tener la mitad de la paciencia que tienes para cuidar a la abuela.
— Somos criaturas de Dios, creadas a su imagen y a su semejanza —completó el comentario, la mamá. —Cuando te mires a ti misma, observa los trazos de pecado que dejan tu corazón feo, y piensa en lo que puedes hacer para dejarlo más bonito. ¡Esa es la verdadera belleza!
— Está bien…, ¿estás hablando de mi pereza y de mi miedo a hacer nuevos amigos? —dijo Adriana, mientras se le notaba en su rostro y en su voz que había quedado pensativa.
— Puede ser…, y te puedes quedar tranquila; porque existe un tratamiento de belleza exclusivo del Cielo. Además de ser un espejo poderoso que te ayuda a ver lo que puedes cambiar. Dios tiene un producto de belleza que puede cambiar todo eso, ¡y es gratis! ¡Solo tienes que pedírselo!
—Mamá, ¡te estás olvidando de los súper lentes! —Carolina hizo el comentario, entrando en el juego. —Esos lentes nos ayudan a vernos a nosotras mismas como el Creador nos ve: sus princesas, ¡creadas de una manera única y especial! ¡Todas nosotras nos parecemos a nuestro Padre!
Las tres se abrazaron y Adriana sonrió cuando, finalmente, entendió su verdadero valor. Pero ella todavía estaba curiosa en relación con el tratamiento de belleza y decidió probarlo al día siguiente.
Al llegar a la escuela vio a sus amigas que estaban conversando súper animadas, como era normal en cada inicio de clases. Respiró profundo, oró en silencio y fue a pedir disculpas. Las chicas le respondieron con un fuerte y sincero abrazo colectivo.
— ¡Qué bueno que volviste a hablar con nosotras, Adriana! ¡Ya te estábamos extrañando!
— ¡Realmente! Sin ti este grupo no es lo mismo.
—¡Eres muy bienvenida!
Carolina le hizo una guiñada a su hermana:
—¡Súper lentes! ¿No te lo había dicho?
Adriana estaba aliviada. Con los tales súper lentes, ella no quedaba más comparándose con los otros, ¡y no se sentía inferior a nadie!
Poco a poco se dio cuenta que los súper lentes tenían una función doble: ¡ella pasó a ver a los otros de una manera diferente, también! A partir de entonces, cada vez que notaba que alguien estaba triste, cabizbajo o solo, se acercaba y le ofrecía su amistad o le contaba el secreto de la belleza verdadera. No pasó mucho tiempo y toda la escuela estaba usando el tratamiento de belleza del Cielo.
¿Cómo te sientes sabiendo que eres una obra única del Creador del universo? ¿Qué te parece si experimentas ese tratamiento de belleza especial?
Texto: Anne Lüdtke.
Ilustración: Ilustra Cartoon.
Etiquetas: autoestima, relatos, valores
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