Una noche en la casa de la abuela
Una noche en la casa de la abuela Escuchar historia online
—¡Estoy lista, mamá!
A Ana le gustaba visitar a los abuelos, que vivían en una chacra. Vivir en la ciudad era muy bueno, pero en la casa de los abuelos estaban las aventuras. Como esta historia en un inolvidable día de lluvia.
—¡Llegué! ¿Qué hay de rico para comer?
En la casa de la abuela siempre había algo rico: torta, bizcochos, postres… y el plato preferido de Ana: “Papas a la abuela”.
—Es solo cortar las papas en pedazos, cocinar con un poco de sal y después dorarlas en el horno —le explicaba la abuela.
—No le digas a mamá, pero ella nunca acierta con la receta. ¿Sabes, qué? Hay cosas que solo salen bien en la casa de la abuela —le dijo, mientras se sonreía con la mamá, que fingía que no estaba escuchando nada.
Después de conversar un poco, la mamá vino para despedirse.
—Me voy, Ana. ¡Vuelvo mañana de mañana!
—¡Chau, mami! Me voy a portar bien.
Ana ya sabía que la mamá le haría muchas recomendaciones: “¡Hazle caso a la abuela!, ¡no te quedes despierta hasta tarde!, ¡lávate los dientes antes de dormir! …” Era una lista grande, pero la niña ya se la sabía toda de memoria.
No demoró mucho y comenzó a anochecer. El abuelo cerró las ventanas, los perros se metieron en sus casitas y la abuela fue a arreglar la cama de su nieta. Ya acostada, la niña estaba mirando el techo. La casa no tenía un techo de cemento, por eso, era posible ver las estructuras de madera y hasta algunas tejas. Antes que el sueño la venciera, escuchó unas gotas de lluvia en el techo: ping, ping, ping… El ruido fue aumentando:
—¡Uy! Algo golpeó en el techo… Y no parecía una gota de lluvia.
—¡Es una piedra de hielo!
Ana corrió hasta la sala. La abuela estaba mirando por la gran puerta de vidrio.
—Mira allí, Anita. ¿Estás viendo esas pelotitas blancas en el jardín? Son piedras de hielo.
—¿Eso es nieve?
—No, es granizo.
Antes que la abuela pudiera explicarle, la niña se asustó con una gota de lluvia que le cayó en la cabeza. La tormenta estaba cayendo más fuerte. Entre los pequeños espacios de las tejas, algunas gotas comenzaron a caer.
—¡Ven aquí, Anita!
La abuela colocó algunas frazadas abajo de la mesa de madera de la sala. Esta era alta y las dos podían sentarse cómodamente. El ruido del agua cada vez era más fuerte. En aquel “escondite”, Anita estaba asustada.
—La lluvia ya va a pasar. No tengas miedo.
Ella tenía razón. Después de una media hora, las piedras dejaron de caer. Poco a poco las gotas no cayeron más y el ruido paró. La abuela salió para ver si la lluvia había mojado muchas cosas y volvió con una taza de leche caliente.
—Tu cama está un poquito mojada; por eso, vamos a dormir aquí hoy.
—Por mí, todo bien. A mí me gustó mucho esa carpita… Hasta parece que estamos en un campamento.
Cuando salió el sol y la niña se despertó, escuchó a la abuela conversando con su mamá, que ya había llegado.
Anita le contó a la mamá cómo había sido la aventura de la noche anterior.
—Yo no tenía miedo de dormir abajo de la mesa, mamá…
—¡Parece que fue una noche interesante! Podemos armar una carpa así en casa, aunque no llueva.
—Hummmm… No sé, mamá… Hay cosas que solo salen bien en la casa de la abuela… ¿No es verdad?
Dijo, sonriendo, mientras la abuela preparaba la mesa para el desayuno.
Texto: Anne.
Ilustración: Joseilton.
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